Un versículo:“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.
Un comentario postal: En el entorno del lago es donde contemplamos a Jesús caminando por la orilla, y observando de cerca a aquel grupo de pescadores afanados en su oficio. Jesús no busca a los discípulos en la capital, ni entre personas de un alto nivel religioso, económico o cultural, sino que llama a los primeros discípulos (Simón y Andrés, Santiago y Juan), de entre la gente sencilla y humilde, sin cualidades especiales, que viven y trabajan en la comarca de Galilea, es decir, en un lugar que el Papa Francisco denominaría la “periferia”.
Y es en ese lugar concreto donde Jesús comienza a anunciar el Reino de Dios, que precisa una respuesta de conversión y de fe. Aquellos discípulos aceptaron la llamada del Maestro que los invitaba a ser “pescadores de hombres”, y sin pensárselo dos veces dejaron atrás su familia y su trabajo, y le siguieron.
Este Jesús que pasó entonces por allí, es el que también pasa a nuestro lado, nos mira y nos invita a seguirle. El testimonio de aquellos discípulos nos anima a responder también con determinación, alegría y rapidez, aunque para ello debemos ser capaces de liberarnos tanto de aquellas seguridades materiales que nos pueden atenazar y aturdir como de los vínculos familiares que ahogan e imposibilitan nuestra libre adhesión a Jesús. Cuando Jesús llama hay que dejar algo…
¡No tengamos miedo de caminar tras el Señor! Cada día hay que levantarse y “calzarse bien los zapatos” para acompañar a Jesús en su misión, y así, anunciar su Buena Noticia con ese mismo entusiasmo, fuerza y pasión, con el que a lo largo de la historia lo han hecho millones de cristianos que también escucharon la proclamación del Reino y la voz de Jesús, y encarnaron en su realidad, de infinidad de maneras, el Evangelio de la esperanza y de la alegría, previo paso por la conversión y la fe.
Un símbolo: Zapatos de deportes.
Una pregunta:¿Qué has dejado atrás en tu vida ante la llamada que Jesús te ha hecho a seguirle?
Un versículo:“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”
Un comentario postal: ¿Quién ha dicho que Dios es mudo, o que no habla? La Palabra de Dios, la larga tradición de la Iglesia y nuestra propia experiencia no hace sino constatar, una y otra vez, que Dios llama tocando directamente lo profundo de nuestro corazón o usando algunas mediaciones, como por ejemplo, lo fue Juan el Bautista para aquellos dos discípulos o, a continuación, lo fue Andrés para su hermano Simón Pedro. Y se produjo el encuentro con Cristo… Cuando uno escucha el relato de la vocación de los primeros discípulos y las palabras de Jesús: “Venid y lo veréis”, entonces se da cuenta, que sólo podemos ser buenos discípulos y, por consiguiente, testigos creíbles de Cristo, cuando hemos gozado de la experiencia del encuentro con el Señor. ¿Cómo vamos a transmitir o a comunicar el amor de Dios si nosotros previamente no hemos saboreado su ternura, su consuelo y su misericordia? En nuestra vida cristiana es importante, en primer lugar, escuchar, estar atento, tener abierto nuestro corazón, en actitud de búsqueda, para que se produzca el encuentro con Cristo, luego, en un segundo momento, es fundamental discernir, preguntar, reflexionar y escrutar todo lo que está aconteciendo en nuestro interior, para, a continuación, saber responder adecuadamente a esa llamada de Dios. Una respuesta libre y madura que ha de coincidir con el plan amoroso que Dios nos ha preparado personalmente. Cristo no deja de llamarnos cada día, y lo hace de mil maneras diferentes. ¿Cuál será hoy? Sea cuál sea el modo que utilice el Señor, afinemos el oído, abramos la puerta de nuestro corazón y respondamos con prontitud a su invitación, porque es el mayor regalo y el mejor “gordo” que nos puede caer en nuestra vida.
Un versículo:“Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo”.
Un comentario postal: El domingo siguiente a la celebración de la Epifanía celebra la Iglesia la fiesta del Bautismo del Señor, con el que se cierra el ciclo navideño, y comienza el llamado “tiempo ordinario”, hasta el día 18 de febrero, miércoles de ceniza, en el que iniciaremos un camino de conversión y compromiso que nos conducirá hacia la Pascua de Jesú.
Ahora nos encontramos, después de leer los evangelios de la infancia en estas últimas semanas, con la primera escena de un Jesús adulto, que se acerca a que Juan lo bautice en el río Jordán, manifestando de esta manera tan sorprendente cómo asume nuestra condición humana con toda su debilidad y el pecado de todos. Es nuestro Redentor, porque viene a liberarnos de nuestros pecados y de todo tipo de ataduras y esclavitudes que nos conducen a la muerte.
Es hermoso saber que Jesús, el Ungido de Dios, “que pasó por la vida haciendo el bien”, como dice el apóstol San Pedro, se solidariza con la humanidad pecadora, y por consiguiente, con cada uno de nosotros, para entrar en comunión con nosotros y empaparnos de su misma Vida y de su mismo Amor. El Espíritu Santo que estuvo presente en el bautismo de Jesús (“como una paloma”) también está presente en el nuestro, y nos alienta, ilumina y mueve a vivir como verdaderos hijos de Dios y auténticos miembros de la Iglesia.
Demos gracias a Dios por el don del Bautismo. Es un don que hemos recibido. El Papa Francisco ha planteado varias veces esta pregunta: “¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha del propio bautismo?”, y proponía a los cristianos: “Y no olvidéis la tarea de hoy: buscar, preguntar la fecha del propio Bautismo. Como conozco la fecha de mi nacimiento, debo conocer también la fecha de mi bautismo, porque es un día de fiesta”.
Un símbolo: Libros de bautismo parroquiales.
Una pregunta:¿Recuerdas la fecha de tu bautismo?
Un versículo:“Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria”.
Un comentario postal: El mensaje que nos trasmite la liturgia del primer domingo del año nuevo, domingo de Cáritas, sigue siendo como un eco del que escuchamos el día de Navidad: Dios se ha enamorado con locura de nuestra humanidad, de nuestra pequeñez, de nuestra pobreza, y ha querido hacerse como nosotros, tomando nuestra condición humana.
¡Qué grande es Dios! Por pura iniciativa suya, con plena libertad y rebosante de amor y vida, ha decidido vivir como uno de nosotros, a nuestro lado, ha decidido acercarse, acampar en medio de nosotros, comunicarse, dialogar con cada uno de nosotros…, se ha hecho PALABRA.
Dios mismo nos habla por Jesús. La Palabra eterna se hace tiempo, la Palabra divina se hace humana, la Palabra invisible se hace visible.
¿Cómo no vamos a vivir felices y gozosos si Jesús ya es uno de los nuestros? ¿Cómo vamos a darle la espalda si nos trae Luz, Vida y Verdad? Si Dios se ha permitido este derroche de gracia para con nosotros, eliminando la distancia que nos podía separar, es que nuestro camino de plenitud y de felicidad pasa por acoger y contemplar este misterio de salvación en Jesús.
Lo que Dios tenía que decirnos de sí mismo se puede sintetizar con una sola palabra. Y esa Palabra es Jesucristo. Es Él quien mejor nos puede hablar del Padre, ya que “el que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9), porque “mi Padre y yo somos uno” (Jn 10,30).
En esta Navidad, no cerremos nuestro corazón a la Palabra, hecha persona, que cada día quiere dialogar amorosamente con nosotros.
Un símbolo: Una Biblia abierta.
Una pregunta:¿Ha acampado esta Navidad “la Palabra hecha carne” en tu corazón?
Un versículo“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Un comentario postal: Comenzamos el año nuevo 2015 de la mano de María, resaltando de ella, en la liturgia de este día, su maternidad divina. ¡Verdaderamente, María es la Madre de Dios!
Y el evangelio señala un rasgo importante de la rica personalidad de María: “Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. El evangelista Lucas nos presenta con estas palabras que María fue una mujer creyente y de una gran vida interior. Todo aquello que le está sucediendo en su vida, más allá de su comprensión humana, lo medita desde la fe en lo más profundo de su corazón.
A veces nos quejamos todos, y con razón, de la superficialidad y ligereza a la hora de vivir todas las cosas que nos suceden, los acontecimientos que nos envuelven y las relaciones que entablamos con las personas. Sin embargo, al fijar nuestros ojos en esta bella estampa navideña de María que interioriza, movida por el Espíritu Santo, aquel misterio de la encarnación del Hijo de Dios que la envuelve totalmente, se nos invita a vivir la vida y el año nuevo con la misma actitud de María, con talante de interioridad, con una espiritualidad más sólida, más profunda, más auténtica.
El cariño y la admiración que sentimos por María, Madre de Dios y madre nuestra, nos ha de llevar a imitarla también en la serena y atenta escucha de Dios y de su palabra…No vayamos con prisas, ni intentemos acelerar los tiempos y los procesos. Para meditar hay que pararse, y dejar que una y otra vez pase por nuestro corazón todo aquello que conforma nuestra vida, de este modo vamos avanzando y creciendo en el proceso personal de nuestra fe.
Un símboloImagen de María y niño en la cuna.
Una pregunta¿Medito en mi vida, iluminado por el Espíritu Santo, las cosas que me suceden en la vida de cada día, o más bien paso de esas cosas porque creo que no tienen importancia?