Reflexiones Parroquiales

Un versículo: “Viva, bendito el que viene en nombre del Señor”.
Un comentario postal:Empieza la Semana Santa con el Domingo de Ramos, y vamos concluyendo el camino cuaresmal, camino de conversión y de fe, que iniciábamos el miércoles de ceniza, con la oración, el ayuno y la limosna.
Este Domingo, pórtico de toda la semana, junto con el recuerdo alegre de la entrada de Jesús en Jerusalén, acompañado por las palmas y ramos de olivo, escuchamos el gran relato de la pasión según el evangelista Marcos. Una narración sobria e impresionante que un año más nos impactará y nos introducirá en este drama de amor que es la pasión de Cristo.
Nuestras celebraciones litúrgicas centradas en la figura de Jesús, de manera especial en su Cena (Jueves), la Cruz (Viernes) y la Pascua (Domingo de Resurrección), serán para la Iglesia y para todos los cristianos un momento de gracia especial. Son días para contemplar este misterio central de nuestra fe, por eso, también los actos de piedad comunitarios como la Hora Santa, el Vía Crucis y la Oración del sábado santo, nos ayudarán a expresar nuestro amor al Señor.
La participación en las celebraciones litúrgicas de la comunidad, unido a la sencillez y hermosura de las mismas, nos harán vivir a fondo estos días santos. No demos prioridad a otros asuntos que pueden esperar. No dejemos que nos envuelvan los reclamos de pasar solo unos días primaverales de descanso y relax. No caigamos en la tentación de dejarnos arrastrar por la corriente del bullicio y la prisa. No nos quedemos solo en la asistencia a las bellas procesiones con las imágenes de Jesús y de la Virgen María, que nuestras hermandades y cofradías harán procesionar por nuestras calles, como un verdadero y sentido acto de fe. Vivamos toda la semana, pero especialmente, el Triduo Pascual, con profundo sentido cristiano. Vale la pena acompañar a Cristo en su Amor, su Servicio, su Entrega, su Muerte, su Sepultura y su Resurrección.
¿Cómo piensas gozar de una vida resucitada si antes no has acompañado a Cristo en su pasión y en su muerte? San Pablo dirá: “Si morimos con Jesús, viviremos con Él”. A Jesús lo entregaron a la muerte de cruz, como un malhechor, por puro odio, sin embargo Él se entregó por puro amor a toda la humanidad, por ti y por mí…
¡Feliz y Santa Semana a todos!
Un símbolo:Texto bíblico de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén
Una pregunta:¿Afrontas la Semana Santa como espectador, como turista o como cristiano?


Un versículo:“Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
Un comentario postal:A lo largo de nuestra vida cristiana y en nuestro seguimiento de Cristo está presente el deseo de conocer más y mejor a Cristo, su persona y su mensaje, para poder ser como Él, en nuestro ser y hacer. Somos conscientes de nuestras muchas limitaciones y pecados, que con la ayuda de la gracia de Dios y nuestro humilde esfuerzo, van dejando entrever la luminosa imagen de Dios en nuestra vida, que embellece nuestra existencia y la llena de su Vida y de su Amor.
Sin embargo, todos tenemos la experiencia de buscar solo nuestra comodidad y bienestar, de no sacrificarnos por los demás, de justificar nuestras indiferencias, insensibilidades y egoísmos, y surgen nuestros miedos y recelos, nuestras resistencias y dudas, y nos preguntamos si realmente vale la pena esta propuesta de Jesús. ¿No estará equivocado el Maestro? ¿Cómo van a ganar los que aceptan ser perdedores? ¿Hace falta llegar hasta ese punto o es suficiente negociar una rebaja y llegar a un acuerdo que no sea tan doloroso y sacrificado? Y Jesús afirma con fuerza: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo, se guardará para la vida eterna”.
Jesús, cuando se acerca “la hora” del paso definitivo por la pasión y la muerte hacia la glorificación, con esa obediencia y fidelidad al Padre, se compara con el grano de trigo. Y con esta sencilla comparación del grano caído en tierra, nos está diciendo, porque Él ya lo está viviendo, que es necesario morir para dar fruto, deshacerse para ser fecundos, desvivirse para dar vida. El testimonio de los mártires en la Iglesia de ayer y de hoy es suficientemente elocuente, ya que del sacrificio y la entrega de sus vidas ha brotado con abundancia la vida y la salvación. Son verdaderos, auténticos y valientes testigos que avalan el Evangelio desde su experiencia.
Llevemos a la práctica este mensaje, nada fácil de asumir: la vida (los dones, talentos, cualidades, etc.) si se reserva y se guarda para uno mismo se desperdicia, se hace estéril y se pudre, en cambio, si se ofrece generosamente y se invierte en los demás, resulta fecunda y gozosa. Ciertamente, en nosotros está perder o ganar, por eso dejemos que Jesús nos atraiga para perder y ganar con Él y como Él. ¿Cuándo lo haremos? La hora es el presente.




Un símbolo: Un reloj.
Una pregunta:¿Cuándo has tenido experiencia en tu vida de ser como el grano de trigo que muere y da fruto?


Un versículo: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16).
Un comentario postal: Estas palabras que Jesús dirige a Nicodemo, y que forman parte del pasaje evangélico de este cuarto domingo de cuaresma (domingo “Laetare”), son uno de esos versículos de la Biblia con una profundidad y una hondura increíble, que nos llevan a descubrir el amor inmenso de Dios y su forma de actuar, por medio de su Hijo, buscando siempre nuestro bien total, nuestra realización personal, nuestra felicidad plena, en definitiva, nuestra salvación y la vida eterna. No nos equivoquemos: su proyecto es siempre salvar, nunca condenar. Y esa salvación pasa por la estación de la Cruz, que permanece como signo inconmovible de su misericordia y de su amor.
Estas palabras del evangelio están muy grabadas en mi interior, y a lo largo de mi vida cristiana y de mi ministerio sacerdotal me han hecho mucho bien recordar, repetir y meditar estas sencillas palabras, que me hacen cercano y visible el rostro misericordioso del Padre y esa obsesión del mismo Dios de querer salvarnos y poner todos los medios a nuestro alcance, para que estemos siempre con Él. El Padre (Abbá) nos quiere a todos felices en su Casa, que es la nuestra, aunque deja que seamos nosotros los que decidamos.
A veces ciertos medios de comunicación, grupos y personas interesadas presentan a una Iglesia que sólo prohíbe y condena, y se olvidan de presentar el rostro de la Iglesia que, sobre todo y ante todo, anuncia con alegría y gozo el evangelio de Jesucristo, el amor entrañable del Padre, y el regalo de la salvación que por pura gracia se nos da como un verdadero don. Y si la salvación es un don, no podemos olvidar ni ocultar que también es una responsabilidad propia y una tarea. Por eso ante la oferta generosa de Dios, sabemos que somos nosotros los que hemos de decidir si escuchamos a Jesús, si lo acogemos como luz y verdad , y si optamos por colaborar con él.
Y en este tiempo que nos queda hasta la Pascua imitemos también a nuestro Padre Dios en su amor infinito y en su entrega permanente, para que siempre venza en nosotros la luz a las tinieblas y la verdad a la mentira.
Un símbolo: La cruz presente en el Coliseo de Roma.
Una pregunta: ¿No crees que vale la pena “entregar” la vida a un Dios que “entrega” a su Hijo para nuestra salvación?


Un versículo: “Pero él hablaba del templo de su propio cuerpo”.
Un comentario postal: La Iglesia pone ante nuestros ojos, en el tercer domingo de cuaresma de este año, la escena de la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo, cercana la fiesta de la Pascua, defendiendo Jesús de este modo su carácter sagrado (“no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”), y realizando un gesto profético que tuvo que provocar el enfado y la furia de los judíos, que deseaban quitarlo de en medio.
Es una escena que nos llama poderosamente la atención por la fuerza y contundencia con la que Jesús lleva a cabo esta acción simbólica (“haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo”), por el que muestra su total desacuerdo por el comercio que se está llevando a cabo con la fe y el culto. El templo es lugar de oración y de fraternidad, y ha de ser la “casa de Dios”, por lo que no cabe ningún tipo de corrupción y explotación en ella, como pueden ser intereses o asuntos personales, económicos, etc.
Ciertamente, es una tentación presente en la Iglesia de todos los tiempos el querer orientar el culto para nuestro propio provecho o beneficio. Hay que purificar siempre nuestra fe y nuestra religiosidad, que no se da nunca en estado puro, para que nada ni nadie la corrompa, y así ofrezcamos a Dios el verdadero culto, que no consiste en la ofrenda de cosas materiales, sino en el culto de la vida, en la oblación y en la entrega de uno mismo. Nuestro culto ha de ser vital e interno, para que adquiera todo su valor y sentido el culto ritual y externo. Sin duda, el verdadero culto que se ha de tributar a Dios es siempre “en espíritu y verdad”. Y Jesús es el nuevo templo, no ya el de piedra, y cada creyente, por la fe y el bautismo, es templo vivo de Dios, que habita en él, acogiendo con gozo el don del Espíritu de su Amor.
En este tiempo fuerte de nuestro año cristiano, sigamos progresando en la conversión cuaresmal, purificando a la luz del Señor todas aquellas actitudes que perviertan nuestro corazón y nos impidan vivir como templos del Espíritu Santo.
Un símbolo: El templo.
Una pregunta:¿Entraría Jesús con un azote de cordeles en el templo de nuestra vida?


Un versículo:“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos”
Un comentario postal: La Iglesia pone ante nuestros ojos, en el segundo domingo de cuaresma, la escena de la transfiguración de Jesús. Los apóstoles Santiago, Pedro y Juan fueron testigos directos de una experiencia que los dejó marcados para siempre, y hace que Pedro exclame: “¡Qué bien se está aquí!”. La visión del rostro glorioso de Cristo les hace caer en la cuenta que es a Él a quien hay que escuchar y seguir, porque supera a Moisés (representa la Ley) y a Elías (representa a todos los profetas).
Es indudable que todos necesitamos en nuestra vida cristiana esos momentos intensos de presencia de Dios, esos golpes de gracia que llenan nuestro ser de luz y de vida, y hacen rebosar nuestro corazón de una alegría y un gozo indescriptible, experimentando así una plenitud, que quisiéramos detener y que, ciertamente, sólo puede venir del amor de Dios, que nos regala y anticipa lo que en la gloria del cielo se nos dará de un modo definitivo.
En este tiempo cuaresmal, en el que se nos invita a volver nuestro corazón a Dios, no dejemos pasar la oportunidad de acompañar a Jesús en su subida al monte Tabor, de contemplar su rostro transfigurado, de escuchar al Hijo amado, que es la Palabra definitiva de Dios, de bajar de la montaña con “las pilas recargadas” e introducirnos de nuevo en los entresijos de nuestra vida de familia, de trabajo, de calle, de ocio…
Experiencias fuertes de este estilo nos da la fuerza para afrontar evangélicamente la realidad de cada día con su complejidad y sus dificultades, con sus luces y sus cruces. En el mundo que nos toca vivir, esas experiencias impactantes y cautivadoras de tipo espiritual, no solo no nos alejan o nos evaden de la realidad, sino que nos impulsan con mayor coraje a un compromiso serio y decidido de convertir nuestra realidad desfigurada por el pecado en una realidad transfigurada por el Amor.
Un símbolo: Unas pilas alcalinas.
Una pregunta:¿Qué experiencias de Tabor (momentos intensos de presencia de Dios) recuerdas en tu vida cristiana?


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