Reflexiones Parroquiales

Un versículo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Un comentario postal: Una vez concluida la semana pasada el Tiempo Pascual, con la fiesta de Pentecostés, en este Domingo la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, una celebración que no sería necesaria en el calendario litúrgico, pero que tampoco resulta superflua en nuestros días, donde tantas veces podemos olvidar hasta lo más esencial de nuestra fe cristiana.
Jesús nos ha presentado a Dios como Padre, nos ha dado la fuerza del Espíritu Santo, y Él mismo se ha presentado como el Hijo de Dios. Nos lo ha hablado y nos lo ha revelado. Y encarga a los discípulos la misión de evangelizar y de bautizar “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Creemos y adoramos a un Dios familia, a un Dios que es comunión de personas divinas, y se revela y manifiesta tal como Él es. Nuestro Dios no es un Dios solitario o lejano a nosotros. Él sin dejar su trascendencia se hace cercano a todos y nos acoge, nos libera, nos perdona, nos salva y nos hace hijos suyos para siempre. San Pablo dirá: “No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)”.
Es bueno recordar que la Iglesia tiene su fuente y su meta en la Trinidad Santa, y cada uno de nosotros, bautizados en su nombre, llevamos impreso y troquelado en nuestro interior el rostro de Dios, el sello del amor trinitario que se graba para siempre en nuestra alma y nos impulsa a ser un fiel reflejo de Dios uno y trino, por eso, nuestro camino cristiano es siempre un camino trinitario.
Sería bueno aprovechar esta solemnidad de la Santísima Trinidad para recuperar y revitalizar entre los adultos, niños y jóvenes el gesto de santiguarse y de invocar a Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En una sociedad cada vez más secularizada y paganizada no están de más los signos que invitan a mirar más allá, que nos vincula con la Iglesia y que expresan nuestra condición de hijos de Dios. Sin duda, una acción sencilla al alcance de todos y un gesto que nos ayuda a introducirnos en el Misterio de Dios, Uno y Trino. No avergonzarnos de hacerlo nosotros, ni coartarnos a la hora de enseñarlo a los niños en catequesis, o los padres y abuelos a sus respectivos hijos y nietos.
No dejemos de alabar, bendecir y adorar con nuestros labios y nuestro corazón al que siendo un solo Dios, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un símbolo:Un cuadro donde aparecen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Una pregunta:¿Sueles hacer en tu vida el gesto de la señal de la cruz?


Un versículo:“Recibid el Espíritu Santo”.
Un comentario postal:Pentecostés corona la fiesta de la Pascua. Es la culminación de cincuenta días de alegría y gozo en la Iglesia por el misterio pascual de Cristo. Pentecostés es la Pascua granada, la plenitud de la Pascua. Jesús cumple la promesa que había hecho a los apóstoles de que les enviaría el Espíritu de la verdad, el Paráclito que como Defensor y Maestro defenderá e iluminará a los discípulos a lo largo de su vida.
Los discípulos asustados, tristes y llenos de dolor estaban en Jerusalén encerrados en la casa, a cal y canto, por miedo a la reacción de los judíos, y es en esta situación límite, difícil y definitiva de fracaso cuando Jesús resucitado se aparece ante ellos, y les da su paz, y ellos estupefactos se llenan de alegría, y entonces Jesús los envía a continuar su obra en su nombre y les infunde el don de su Espíritu, que es el Espíritu de Dios mismo, el Espíritu de Jesús resucitado. Todo cambió entonces. No es lo mismo descubrir que Jesús está con nosotros a creer que nos encontramos solos y abandonados de la mano de Dios…
Necesitamos, hoy y siempre, la presencia del Espíritu Santo en medio de nuestra vida, de nuestra comunidad y del mundo entero. Necesitamos que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros y derrame sus dones en nuestra vida, y así elimine nuestra tristeza y pesimismo, ahuyente los miedos y angustias, pacifique tantas turbulencias interiores, borre las apatías e indiferencias, revitalice nuestra fe sin ilusión, aliente nuestros compromisos y trabajos…
No nos cansemos de dar gracias a Dios por este hermoso regalo que Jesús resucitado dio a su Iglesia en el inicio de su actividad misionera y desde entonces no deja de derramar abundantemente sobre nuestras vidas, en multiplicidad de dones, para continuar evangelizando como testigos suyos, y acercando su mensaje de Amor y su Evangelio a todos los rincones de la tierra empezando por los que tenemos junto a nosotros.
¿Cómo vamos a llevar a término la misión que Jesús nos ha encomendado sin la fuerza y la presencia del Espíritu Santo? Simplemente es imposible. Sólo viviendo según el Espíritu, en comunión con Él y ayudado por su vitalidad y su energía seremos capaces de realizar hoy aquellas mismas maravillas que Dios obró en los comienzos de la predicación evangélica.
Un símbolo:Una vidriera con la paloma que simboliza el Espíritu Santo
Una pregunta:¿Percibes que te dejas conducir por la fuerza y el impulso del Espíritu Santo?


Un versículo:“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
Un comentario postal: Con la solemnidad de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo va culminando el tiempo pascual. El Señor “cuarenta días después de la Resurrección fue elevado al cielo en presencia de los discípulos, sentándose a la derecha del Padre, hasta que venga en su gloria a juzgar a vivos y muertos” (elog. del Martirologio Romano).
¿Qué significa la Ascensión del Señor? Esta verdad de nuestra fe, que forma parte del misterio pascual de Cristo, subraya que Jesús Resucitado vive para siempre la misma vida de Dios, y por eso participa para siempre de la gloria y majestad de Dios, del poder y la divinidad de Dios. Toda la Iglesia y cada uno de los cristianos celebramos hoy el triunfo total de Jesús, sabiendo que su triunfo es el nuestro y su victoria es la nuestra, y es el espejo en el que se refleja nuestro destino último y definitivo, si nos mantenemos unidos a Él. Al igual que los padres y abuelos se alegran de los éxitos y logros de sus hijos y nietos, más incluso que de los suyos propios, así nos ocurre con el Señor. Nuestra esperanza cristiana se afianza más con motivo de esta fiesta, porque tenemos la certeza de que Él nos precede en la gloria, a la que somos llamados como miembros de su cuerpo.
El Prefacio I de la Ascensión del Señor presenta de un modo muy hermoso el misterio de la Ascensión, y sin duda, nos puede ayudar en nuestra reflexión y profundización, cuando dice: “Porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido [hoy] ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.
¿No es un motivo de gozo y de alegría el saber ya cuál es nuestra meta, y además el que Jesús ya haya llegado? Estamos hechos para la plenitud, y eso es el cielo. Con alegría y esperanza subamos por la escalera que nos conduce a la puerta grande de la salvación. Nuestro destino es el cielo, de ahí que la misión de la Iglesia desde entonces es anunciar y proclamar de palabra y con obras, de un modo más auténtico y humano, la Buena Noticia de la salvación. Recogemos la misión que nos encomienda el Señor al ascender a los cielos, y como los apóstoles no nos cansemos de ser testigos y anunciadores del Evangelio de Cristo exaltado a la derecha del Padre.
Un símbolo: Una escalera.
Una pregunta: ¿Sientes en tu interior la necesidad de proclamar el Evangelio?


Un versículo: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Un comentario postal:En continuidad con la alegoría de la vid y los sarmientos, del pasado domingo, en el que se nos ofrecía la enseñanza de que el discípulo (sarmiento) que permanece unido a Cristo (Vid verdadera), dará fruto, hoy Jesús que ha querido ser nuestro amigo, nos elige y nos deja el mandamiento del amor al prójimo, como él nos ha amado. Este es el camino para ser discípulos suyos: vivir, amar, perdonar… a su estilo, a su manera, a su forma.
La primera Encíclica del Papa Benedicto XVI titulada “Deus Caritas est” (Dios es Amor), que en el mes de diciembre cumplirá diez años, es una bellísima y profunda reflexión sobre el Amor, que no ha perdido para nada su vigencia y frescura, y teniendo presente el Evangelio de este Domingo, nos puede ayudar en nuestra oración y reflexión las siguientes palabras del Papa al inicio de la Encíclica: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (…). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro (nº 1).
Ciertamente nuestra señal de identidad como cristianos está en el Amor, aún más, en amar como Él nos ha amado, hasta dar la vida, un amor (ágape) sin mezcla de interés personal, un Amor que tiene su fuente en el Padre. Devolvamos al prójimo este amor recibido gratis de Cristo, y demos gracias a Dios por todas esas personas que a lo largo de nuestra vida, con su amor hacia nosotros, nos han hecho vislumbrar y saborear algo el inmenso e inefable Amor del Padre, tanto la de aquellos que recordamos perfectamente con sus nombres y apellidos (nuestros padres, amigos, etc.), como la de los que por nuestra ceguera o ingratitud hemos desgraciadamente olvidado.

Un símbolo:Unos corazones.
Una pregunta:¿Qué es lo que más te cuesta para amar como Jesús nos ama?


Un versículo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”.
Un comentario postal:Avanzando con gozo en el tiempo de Pascua, e introduciéndonos ya en el mes de mayo, así como en el tiempo en el que tienen lugar las primeras comuniones, el evangelio de este domingo nos presenta la imagen de la vid y los sarmientos. Sin duda, una hermosa alegoría llena de fuerza, con una enseñanza muy sólida y fácilmente aplicable a nuestro seguimiento de Cristo: Jesús, nos anima a vivir siempre unidos intensamente a Él para ser fecundos.
A pesar de las dificultades que puede entrañar a los niños y jóvenes de ciudad comprender una parábola sacada del ambiente rural, cuando solemos movernos en un ambiente preferentemente urbano, creo que tendríamos que esforzarnos por actualizar el mensaje del evangelio con nuevas comparaciones, más atractivas y más cercanas a nuestra realidad. En relación a la parábola de este domingo referente al labrador, la vid y los sarmientos, quizás nos pueda ayudar algo la siguiente parábola, que leía el otro día, y que siendo mucho menos poética, más sencilla y elemental, resulta idéntica en el fondo y puede complementarse con la que Jesús nos ha presentado: “El Padre es un informático, Jesús la corriente eléctrica y nosotros ordenadores que no pueden funcionar si no están conectados a él. Incluso a los que funcionan bien, el Padre los limpia a fondo para que funcionen mejor”. ¿Queremos sacar el máximo partido a las posibilidades y capacidades de nuestro ordenador? Es fácil: Hemos de disponer siempre de corriente eléctrica, no desengancharnos para que nuestra batería no se venga abajo, e incluso dejar que el informático nos formatee a fondo y elimine, siempre que sea necesario, todos los virus que nos invadan.
No hay que darle más vueltas: No puedo llevar una vida cristiana si no permanezco en comunión con Cristo, íntimamente vinculado a Él. Una unión con Cristo que exige de nuestra parte una actualización constante, ya que ésta no se da de modo automático o externo. Sólo hay fecundidad cuando existe compenetración. Unidos a Jesucristo, los frutos que daremos serán sus frutos, no los nuestros. No es lo mismo, ni puede resultar igual en mi vida si mantengo una verdadera interrelación con Jesús a si vivo en solitario y separado de él, por eso él mismo nos dice: “Sin mí no podéis hacer nada”. Al igual que un ordenador sin corriente o un sarmiento desligado de la cepa no sirve para nada porque no tiene vida, resulta estéril y muere, de la misma manera cuando no participamos de la vida que nos da Jesús y nos alejamos de él, nuestra vida cristiana languidece, se vuelve mortecina y mediocre, y termina por diluirse carente de sentido.

Un símbolo:Un ordenador.
Una pregunta: ¿Consideras que tu vida cristiana es fecunda, da frutos?


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