Reflexiones Parroquiales

Un versículo: El que no está contra nosotros está a favor nuestro”
Un comentario postal: Juan, “el discípulo amado”, se irrita porque hay una persona que no pertenece al grupo de los discípulos, y sin autorización del Maestro se dedica a expulsar demonios en su nombre. La indignación es compartida por todos los apóstoles que se creen en posesión de este ministerio. Piensan que su condición de discípulos de Jesús les da derechos en exclusiva dado que el otro “no es de los nuestros”, y movidos tanto por la intolerancia y la intransigencia, como por los celos y las envidias, se lo quieren prohibir y además se lo comunican a Jesús para que actúe con contundencia.
¡Qué gran respuesta de Jesús! “No se lo impidáis (…) El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Nada de sectarismos ni divisiones. No pongamos fronteras al Espíritu que actúa cuándo, cómo y dónde quiere. Hemos de ser capaces, movidos por el mismo espíritu de Jesús, de acoger y apoyar a todos los hombres y grupos que defiendan o cooperen en una causa noble, aunque no pertenezcan a nuestra comunidad o a nuestra Iglesia, como por ejemplo, muchas ONGS, que trabajan en distintos campos a favor de la cooperación y el desarrollo de los pueblos.
Hace unos días se inauguraba el nuevo puente de Cádiz llamado “Puente de la Constitución de 1812”, con unos años de retraso y un considerable aumento del coste total de la obra….a veces aunque lleve tiempo y sea complejo y costoso, en nuestra vida cristiana hemos de levantar puentes que unan orillas distintas, y abrir caminos nuevos con otras personas y grupos que “aunque no sean de los nuestros”, no hay que impedir que echen demonios en el nombre del Señor. Todo aquel que hace el bien, no puede estar al lado del mal, aunque su aportación sea pequeña o casi insignificante (un vaso de agua), y además, en todos los lugares encontramos cooperadores del bien.
Las dos citas siguientes iluminan perfectamente, desde distintas perspectivas, el mensaje del evangelio de este domingo:
En la Declaración Nostra Aetate (sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas), el documento más breve del Concilio Vaticano II, y del que en este año se cumple el cincuentenario de su clausura, se dice: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (NA 2).
Por otra parte, el Papa Francisco afirma en su Encíclica “Evangelii gaudium” (La alegría del Evangelio): “Me duele comprobar cómo el algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?” (EG 100).
Es una obviedad, pero no está de más decirla, que los que no son de los nuestros hacen el bien “también”, y podemos aprender mucho de ellos. Ni el Espíritu Santo, ni el Evangelio, ni la salvación, ni la persona de Jesús son propiedad privada. Más allá de los canales por los que transcurre normalmente la gracia de Dios en la Iglesia (sacramentos, etc.), aparecen “destellos”, como dice el Concilio, del rostro de Dios que es Verdad, Misericordia, Justicia, Belleza, etc. No caigamos en esta vieja tentación de monopolizar a Dios y esforcémonos por unir esfuerzos en la tarea de construir un mundo nuevo.
Un símbolo: Una imagen de un médico en el Tercer Mundo.
Una pregunta: ¿Agradeces de corazón todo lo bueno que hacen las otras personas o grupos que no son cristianos?


Un versículo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Un comentario postal:En muchas ocasiones Jesús aprovecha que se encuentra a solas con los discípulos para instruirlos de modo más íntimo y sosegado, sin la presencia de la multitud, que en tantas ocasiones se agolpan para escucharle. Es lo que ocurre en esta ocasión cuando al llegar a Cafarnaúm, Jesús se dirige a los Doce para continuar enseñándoles de modo explícito y con paciencia acerca de los valores que han vivir todos los que formen parte de esta nueva comunidad.
Jesús va a aprovechar la acalorada pelea que durante el camino de regreso han tenido los discípulos, acerca de quién será más grande en el futuro Reino de Dios, para manifestarles cuál es el verdadero camino. Los discípulos no terminan de comprender ¡Qué contraste tan fuerte! Por un lado Jesús les anuncia que la misión del Mesías pasará por la traición, la pasión y muerte, y por supuesto, la resurrección, mientras que por otro lado los apóstoles discuten entre sí quién será más grande e importante. Jesús habla de humillación y entrega, los discípulos buscan la ambición, el poder y la grandeza.
Y una vez más Jesús va a invertir el lenguaje y los valores de este mundo en la que lo que prima es el “ser los primeros en todo”, el “estar arriba” y el “ser más grande…”, por el camino del servicio a todos: “Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”. Jesús enseña y vive esta ley fundamental hasta las últimas consecuencias. Lo hizo a lo largo de toda su vida, y de forma también explícita cuando en la última cena les lavó los pies a los discípulos. Para Dios, sin lugar a dudas, primero es el que se pone detrás de los otros para servir. Y seguir a Jesús supone aceptar y vivir este principio, rechazando caer en la tentación del “ombliguismo”, es decir, querer ser siempre el centro de todo y que todos me sirvan en el trabajo, en las relaciones sociales y personales, etc.
Por último, el gesto de Jesús de poner a un niño en medio de ellos y abrazarlo, simboliza la importancia de acoger a la persona desvalida y sin derechos, al humilde e insignificante, al pequeño y débil. En ese chiquillo queda reflejada la sentencia de Jesús de vivir desde la acogida permanente y el servicio generoso a todos, especialmente a los más necesitados, sabiendo que de ese modo acogemos y servimos al mismo Jesús y al Padre. ¡Hermosa enseñanza de Jesús que nos ayudará a ser grandes a los ojos de Dios, ayudando y sirviendo con amor a los más vulnerables e irrelevantes de la sociedad!
Un símbolo: Una imagen del lavatorio de los pies.
Una pregunta: ¿Podemos servir más y mejor de lo que lo hacemos?


Un versículo:El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
Un comentario postal: En el evangelio de este domingo, Jesús estando a solas con sus amigos, camino de Cesarea de Filipo, hace una parada en el camino y pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La gente ve a Jesús como un gran profeta, un enviado de Dios. Él habla de Dios y su mensaje va llegando a la gente. A continuación, dirige la pregunta de modo directo y desafiante, a los apóstoles: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Y Pedro acoge la invitación de Jesús y de modo luminoso expresa su opinión confesando: “Tú eres el Mesías (el Cristo)”. ¡Hermosa y profunda profesión de su fe! Jesús es el Ungido de Dios que viene a establecer su Reino en la tierra.
Si preguntásemos a un grupo de personas quién es Jesús para ellos, seguramente sus opiniones ofrecerían un amplio abanico de respuestas, con comentarios para todos los gustos. Sin embargo, lo que más nos interesa a nosotros, más allá de la respuesta ideológica o cultural que podamos dar, es la respuesta creyente, que desde nuestra experiencia de fe podemos dar a un Jesús que hoy nos dice: “¿Qué significo en tu vida?”, “¿Qué dices de mí?”.
Y Jesús aprovecha la respuesta de Pedro para comenzar a instruirlos y anunciarles su pasión, hasta que el mismo Pedro se rebela y manifiesta su incomprensión, al no comprender que el Mesías tenga que padecer de ese modo. Pensaba al modo humano, no como Dios. Y Jesús, con mucha dureza, reprende a Pedro porque está siendo en ese momento como el mismo diablo, ya que le está empujando a apartarse de la voluntad de Dios. Y añade unas palabras que describe lo que significa seguirle: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (…) “El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”. Sin duda, son palabras que hemos de meditar muchas veces porque expresan que nuestra espiritualidad evangélica ha de pasar por el amor, el servicio y la donación.
“Ir con Jesús” o “seguir a Jesús” supone aceptar un estilo de vida evangélico, aceptando la mentalidad de Jesús y viviendo con la espiritualidad de la cruz. Y esto exige sacrificio, renuncia, negación de uno mismo y “cargar con la cruz”, es decir, estar dispuesto a aceptar las dificultades y rechazos, incluida la muerte, por mantener la condición de verdadero discípulo. Todos tenemos nuestro viacrucis particular. Si invertimos nuestra vida desde los criterios del Evangelio, con una actitud de donación (dar y darse), entonces, curiosamente, le sacaremos el máximo rendimiento “salvando la vida”. Un símbolo: Un viacrucis.
Una pregunta: ¿Quién es Jesús para mí?


Un versículo: “Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”.
Un comentario postal: No son pocos los pasajes evangélicos en los que encontramos a Jesús curando a un enfermo y en contacto con los más desfavorecidos de la sociedad. Sin lugar a dudas son ellos, los pobres, enfermos y excluidos, los predilectos de Jesús. Ellos son su mayor ocupación y preocupación, hasta el punto que uno de los rasgos más sobresalientes de su personalidad radica en su amor misericordioso y su entrega incondicional por esa multitud de hombres y mujeres víctimas del sufrimiento y de la injusticia, de la soledad y el rechazo, de la enfermedad y la pobreza. Jesús viene a traernos a todos la salvación, aunque centra su atención en los necesitados.
En esta ocasión la curación del sordomudo que le presentan, manifiesta la presencia del poder salvífico de Jesús, el Mesías. Jesús aprovecha la ocasión. El sordomudo es llevado por sus amigos ante Jesús, que lo acoge, lo toca y con su palabra liberadora y sanadora lo cura: “Effetá” (Ábrete).
No dejemos pasar la oportunidad de que Jesús ponga a punto todos nuestros sentidos, que toque nuestros oídos y nuestra lengua para que nada ni nadie nos impida escuchar su mensaje y su palabra que es Evangelio, ni hablar y dar testimonio con libertad… Estemos alertas ante situaciones, grupos o personas en nuestra vida que nos empujarán a estar sordos para no escuchar lo que Jesús nos dice y a estar mudos para no anunciar su palabra, a vivir encerrados y aislados en nuestra sordera y en nuestra mudez.
Cuando nos ronde los miedos ante el qué dirán, o el desánimo y la apatía porque pensamos que no da frutos nuestra predicación, o el cansancio fruto de las dificultades y el rechazo, o el complejo ante nuestras limitaciones y pecados o porque nos sentimos indignos de una labor tan grande…, entonces dejemos una vez más, que sea Él, que “todo lo ha hecho bien”, quien se acerque a nosotros y con su “Effetá” abra nuestro corazón para que sea su presencia y su gracia salvadora la que regenere nuestra vida de dentro hacia fuera, y podamos seguir caminando movidos por una fe firme y una alegre esperanza y, por supuesto, con nuestros oídos abiertos a su palabra (escucha) y nuestra lengua pronta para evangelizar (anuncio).
Un símbolo: Un aparato para que los sordos puedan oír.
Una pregunta: ¿Te encuentras “sordo mudo”, es decir, sordo apara escuchar la palabra y mudo para anunciarla?


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